Los jardines de Córdoba guardan secretos, besos y pasiones prohibidas
que con el paso de los siglos se han convertido en leyenda, hoy incluso en
monumento a los amantes que por sus calles engalanadas de azahar se enamoraron.
En nuestras excursiones a Córdoba, conocemos muchas de ellas, pero hoy te traemos una de las más conocidas, a la que recuerdan unas manos que se quieren unir, pero apenas se rozan, en el Campo Santo de los Mártires. Se trata de la historia de la hija de un califa, la princesa y poetisa Wallada, y el
poeta cordobés Ibn Zaydun. Su amor prohibido pasará a la eternidad gracias las misivas que se intercambiaron, en las que
sus bellas palabras dejaron constancia de todas las fases de su amor: deseo,
pasión, celos, desengaño y dolor.
Dejando a un lado la incuestionable calidad literaria de los
versos de Ibn Zaydun, que regeneró la poesía hispano-musulmana introduciendo
grandes novedades y generando nuevos ideales para el amor romántico, el
personaje más atrayente de esta relación es la princesa, toda una adelantada a
su tiempo a la que sus coetáneos llamaban “la perversa”.
Al morir su padre sin dejar descendencia masculina, Wallada
heredó sus bienes y decidió gestionarlos ella misma, desafiando las convenciones sociales medievales, sin supervisión masculina alguna.
La princesa había recibido una exquisita
educación y decidió emplear su fortuna en un palacio en Córdoba, donde residió sola, y un
salón literario, en el que ofrecía instrucción en poesía y canto a hijas de
familias pudientes y a esclavas. Al fin y al cabo, ella misma era hija del
califa con una esclava cristiana. Además Wallada organizaba charlas literarias
y políticas, con la osadía de desafiar las normas, no sólo participando
en los debates, pese a que hubiese hombres presentes, sino además haciéndolo a
cara descubierta sin la protección del velo.
En plena Edad Media, que una mujer, musulmana o no, viviese
sin la protección de ningún hombre y organizase veladas culturales era todo un
escándalo, pero si encima se bordaba en sus túnicas, a la moda de los harenes
de Bagdad, versos como “Estoy hecha por Dios para la alegría y camino orgullosa
por mi propia senda” o “Doy gustosa mi mejilla a mi amante y mis besos a quien
los quiera”, era toda una provocación. Vanidosa y cultivada, además de hermosa, pelirroja, de tez blanca y ojos azules, fue duramente criticada por los
integristas, aunque también tuvo grandes defensores como el visir Ibn Abdus, rival
de Ibn Zaydun.
La intensa pasión de los dos poetas, marcada por los celos, nunca fue fácil,
ya que pertenecían a clanes rivales, en pleno desmembramiento del califato Omeya, pero Wallada buscó
el encuentro y en cuanto se conocieron ardió la llama. De esta época son versos
como los que rezan en su monumento en Córdoba.
“Tengo celos de mis ojos, de mí toda, / de ti mismo, de tu
tiempo y lugar. / Aún grabado tú en mis pupilas, / mis celos nunca cesarán...”,
decía Wallada. Mientras él escribía: "Tu amor me ha hecho
célebre entre la gente. / Por ti se preocupan mi corazón y pensamiento. /
Cuando tú te ausentas nadie puede consolarme. / Y cuando llegas todo el mundo
está presente".
Sin embargo una infidelidad de Ibn Zaydun puso fin a la
relación pasional, aunque no literaria. A partir de este momento, se
suceden versos de dolor primero y sátira después, por parte de Wallada. Como el que dice "Sabes que soy la luna de los cielos/
mas, para mi desgracia, has preferido a un oscuro planeta" sugiriendo
que la amante del poeta quizá fuera una esclava negra. Otro
verso sugiere la posibilidad de un amante masculino: "Si (Ibn Zaydun)
hubiera visto falo en las palmeras/ sería pájaro carpintero".
Por su parte, el amante se dejó ver por Córdoba errático y
ojeroso, mostrando su arrepentimiento con versos como “¡Ay qué cerca estuvimos
y hoy qué lejos! / Nos separó la suerte y no hay rocío / que humedezca, resecas
de deseo, / mis ardientes entrañas; pero en cambio, / de llanto mis pupilas se
saturan”.
Ibn Zaydun terminó sus días exiliado en Sevilla, rico y poderoso,
pero nostálgico de su princesa poetisa. Por su parte, Wallada tras haber
dilapidado su fortuna, se entregó a su protector, el visir Ibn Abdus, en cuyo
palacio vivió aunque nunca llegaron a casarse. Con Wallada acabó también la época de esplendor cultural del califato Omeya. Ya anciana, murió el 26 de
marzo de 1091, el mismo día en el que los fanáticos almorávides entraron en
Córdoba.
A. L.
Fuentes: CordobaPedia
Fotos: Diez en Cultura, Wikipedia, portada de Wallada e Ibn Zaydun
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